La afición del Zaragoza cuentan
las horas para que llegue el domingo casi con tanta ilusión como miedo. No en
vano, los maños se juegan la vida en el Alfonso Pérez de Getafe, sabiendo que
tienen que ganar y esperar para salvar la categoría, para certificar un milagro
que parecía inalcanzable hace sólo unas cuantas semanas. Para ello, habrán de
encomendarse a la ‘Pilarica’, esperanzados en que se ponga la elástica blanca y
provoque que, además de que caigan los tres puntos en tierras madrileñas, los
resultados del Rayo-Granada y el Villarreal-Atlético acompañen. En este
sentido, todo lo que no sean triunfos locales, respaldarían las posibilidades
de permanencia aragonesas.
Unas opciones que han llegado con
vida a la última jornada gracias a un único culpable: Manolo Jiménez. El
arahalense tomó las riendas del equipo a principio de año, tras la destitución
del mexicano Javier Aguirre, y, desde entonces, jamás ha tirado la toalla por
muy difíciles que estuviesen las cosas. De hecho, poco le importó que a su
llegada, tras la disputa de la decimoséptima jornada, el equipo ocupase el
‘farolillo rojo’, a seis puntos de la salvación, que, por entonces, marcaba la
Real Sociedad con 16 puntos.
Como tampoco le dio mayor
trascendencia a debutar con una derrota frente a un rival directo, el Racing de
Santander. Dos empates, ante Getafe y Levante, le sirvieron para tomar algo de
aire, aunque, de nuevo, sus pupilos volvieron a caer contra Real Madrid y Rayo,
complicándose de nuevo la vida. Tanto es así, que en la jornada 22, el Zaragoza
se encontraba a diez puntos de la ‘zona tranquila’, algo que para nada invitaba
a pensar en otra cosa que no fuese el descenso.
Cierto es que las cosas se
tranquilizaron tras vencer en Cornellá al Espanyol, pero la situación
experimentó otro empeoramiento cuando Betis y Málaga se impusieron a los maños.
Precisamente la debacle en La Rosaleda, donde los de Jiménez fueron goleados
por 5-1, fue la gota que colmó el vaso de la paciencia del entrenador arahalense,
que llegó a decir en sala de prensa que sentía “vergüenza” de sus hombres. No
era para menos, puesto que después de aquel resultado el cuadro maño estaba más
lejos que nunca de quedarse en Primera, a 12 puntos.
La permanencia parecía algo
utópica. Quedaban 14 partidos por delante (todavía restaba la vigésima jornada,
aplazada en su día por los efectos colaterales de la huelga de la AFE), pero
había que firmar prácticamente un final de Liga de 'equipo Champions' para seguir vivos.
Y, a partir de ahí, contra todo pronóstico, lo impensable comenzó a tomar
forma, con una reacción aragonesa sencillamente espectacular.
No en vano, los números de los de
La Romareda lo demuestran. Tanto es así que el Zaragoza ha sido el tercer
mejor equipo en este tramo final de competición, sólo por detrás de Real Madrid
y Barcelona. De este modo, ha cosechado un total de 22 puntos, el doble que
rivales directos como Villarreal o Granada y 13 más que el Rayo. Como
consecuencia, los maños han conseguido llegar con opciones de salvarse hasta el
último partido, a tan sólo dos puntos de poder certificar que la capital
aragonesa podrá disfrutar por cuarta temporada consecutiva de fútbol de Primera
división.
Con ello, Manolo Jiménez está muy
cerca de lograr el objetivo para el que fue contratado, pese a que, por
momentos, pareció imposible que estuviese a su alcance. Pero al arahalense
nunca le han achantado los retos. No lo hicieron en sus primeros años como
entrenador, al frente de un Sevilla Atlético que llevó por la vía rápida de Tercera
a Segunda B (00/01) y después a Segunda (06/07) tras jugar cuatro años seguidos
la fase de ascenso. Y menos aún cuando dio el salto al banquillo del primer
equipo, haciéndose cargo de un equipo al que, pese a los efectos de la muerte
de Antonio Puerta y la ‘espantada’ de Juande Ramos, dejó quinto en la Liga
(07/08).
Sin embargo, siempre tuvo que
lidiar con las críticas que la grada lanzaba sobre su estilo de juego, más
conservador que el de su predecesor en el cargo. Pese a ello, nadie le podía
negar que cumplía con los objetivos marcados. Así, en la 08/09, metió a los
nervionenses en Champions, tras quedar tercero en Liga, y llegó a las
semifinales de Copa. Pero la presión de la afición pudo con él durante la
campaña siguiente, en la que pese a meter al equipo en la final del ‘Torneo del
KO’, fue destituido tras empatar con el Xerez y caer a la quinta plaza, a tan
sólo dos puntos de la Liga de Campeones. Curiosamente, nadie ha conseguido
hacerlo mejor que él en el Sánchez Pizjuán desde entonces.
El curso siguiente, comenzó una
aventura en Grecia, al frente del AEK de Atenas, que le permitió ganas su,
hasta ahora, único título en los banquillos: la Copa helena. No obstante, el
hecho de que el conjunto no pudiese despegar en competición europea, la gran
asignatura pendiente del arahalense, le mandó a las listas del paro poco
después de haber comenzado esta campaña.
Fue entonces cuando el Zaragoza
se fijó en él para enderezar el rumbo, intentando hacer el más difícil todavía. Y lo
cierto es que lo está consiguiendo. No sólo haciendo creer a la afición maña en
los milagros, sino también callando muchas bocas que señalaban que no era apto para
entrenar en la máxima categoría, dejando claro que sigue siendo tan efectivo
como ninguneado.
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